Algunos de nosotros podríamos relacionar el alto rendimiento con ideas tales como:
Dichas ideas provienen de las prácticas que observamos en los entrenamientos de personas o equipos que desarrollan actividades deportivas o culturales (aquí ya surge una extensión del concepto) de alta competencia. Ejemplos de ello son: beisbolistas, futbolistas, basquetbolistas, bailarines clásicos, entre otros.
Todos ellos se inscriben en el paradigma que propone “jugar el juego cada día mejor” y para esto se requieren competencias técnicas y habilidades, algunas son naturales, producto de dones y talentos recibidos, con los cuales podremos acceder a ciertas metas u objetivos.
Así se segmentan diferentes categorías de competición para cada actividad. En el fútbol, por ejemplo, las categorías se nombran con las letras A, B, C o D. Con esta observación, apreciamos que es posible obtener el campeonato de la categoría “C” con un desempeño de alto rendimiento. Sin embargo, este alto rendimiento de la categoría “C” no alcanza para ser competitivo en la categoría “A”.
Otra comparación que nos parece válida es el caso de los deportes amateur que se profesionalizan. El fútbol es un caso práctico. ¿Puede un equipo de fútbol amateur de amigos alcanzar el alto rendimiento? ¿Es el alto rendimiento sólo una característica de los llamados “profesionales”?
Nuestra opinión es que un equipo amateur puede alcanzar el alto rendimiento, y que éste no es patrimonio de los equipos o las actividades profesionales.
De esta manera, postulamos que “alto rendimiento” es un concepto válido para desarrollar en todas las personas.
Más importante que el desarrollo al máximo potencial de las competencias técnicas o de competencias, algunas naturales y otras adquiridas (aprendizaje en la vida o en las universidades), es el desarrollo de las competencias genéricas.
Estas últimas corresponden al área menos mensurable de las personas, son las actitudinales, también conocidas como vitales y mentales. Hacen referencia a los hábitos de acción y pensamiento. Algunos los denominan “mentalidad ganadora”, “buena onda”, “espíritu de lucha”, etcétera.
Estas dimensiones humanas pueden elevar el rendimiento si dichos hábitos son conducentes con el propósito de una Organización.
Las organizaciones están invitadas a convocar a los empleados en una orientación consiente que encienda el faro donde aparece la luz que guía nuestros actos en la organización, y es así como nos acercamos al “alto rendimiento”, el que como cultura buscamos aplicar en el desarrollo organizacional para optimizar los resultados.
Si la empresa quiere mantener su ventaja competitiva, debe ser capaz de adecuar, evolucionar, renovar, adaptar y reconfigurar su base de conocimientos, recursos y capacidades, para lo cual requiere directivos dispuestos a asumir el reto.
“La mente es como un paracaídas, sólo funciona si se abre” – Albert Einstein